Navidad en agosto
Publicado el 26/08/2009
El juicio final, detalle.
Hieronymus Bosch
Serían las 21.
Y en esto que se oyó la primera bomba.
Yo estaba en el terrado, fumándome un puro.
Me asusté.
Me dispuse a levantarme, pero me quedé ahí bloqueado, como esperando la siguiente bomb!
De repente, el cielo se abrió.
Se hizo la luz.
Salieron ángeles y arcángeles con plumas rojas y verdes.
Supuse que abrían el paso a alguien más importante, aunque un arcángel ya es.
Yo seguía medio como para levantarme, mirando hacia la apertura de los cielos de donde no paraban de salir seres angelados. Y luego otros que ya no sabría yo decir bien bien que eran. Bichos grandes, para que nos entendamos.
Y más tarde, aparecieron agentes de seguridad con bastante malos modales —todo hay que decirlo— lo que provocó entre los ángeles, arcángeles y lo que yo llamaría bichos, pero que debían ser seres maravillosos de otra categoría, lo que provocó, decía, algún silbido de reprobación. Cargaban armas de todo tipo, no sólo las típicas ametralladoras para asustar, no. Aquello era como para acabar con la humanidad entera, así que se hizo el silencio total sobre la faz de la tierra, o al menos yo no oí ni pío.
Una vez colocada toda esa marabunta de seres del más allá, no sin pocos altercados y eso que lo debían tener todo ensayado porque a pesar de los malos modales de los de seguridad, ahí cada cual sabía donde se tenía que poner, y si no explícame tú a mí cómo. Colocados, decía, formaron una mandorla preciosa y muy profunda y muy multicolor.
Los seres alados, llamemósle así, a bulto, se sacaron de detrás suyo, no me preguntéis cómo, unas trompetas larguísimas que daba la impresión le iban a dar a uno en la cabeza, al menos a mí que estaba en la azotea de un bloque de 31 pisos. Y se liaron a soplar mientras aparecía, en el centro de la mandorla, un ser todo de luz. Un ser pequeñito pequeñito al principio pero que iba creciendo, como saliendo. Era como un nacimiento o algo así, a nivel simbólico, digo yo.
En eso que claro, yo me esperaba que fuese Jesucristo. La verdad es que no se me hubiera ocurrido ni por asomo que viniese cualquier otro, pobre de mí, pero no.