Un fin

Andreu Abuín
Publicado el 27/11/2007

Cuando sonó el teléfono, Emma ya era demasiado tarde.
Cuando sonó el teléfono eran algo así como las 4 de la tarde, tarde ya.
Emma cogió el teléfono sabiendo que ya no significaba nada.

Una voz ronca dijo Emma.
Dijo Emma y Emma no supo que decir... Sí... quizá 'sí' podía ser suficiente.
La voz ronca que salía del teléfono cesó por un momento, un momento que Emma podría interpretar como largo de no saber que ya nada significaba algo.

Emma, repitió la voz ronca, esta vez de manera explicativa pero acabada como con puntos suspensivos.
Sí... repitió Emma como un oui, dejando un inmenso espacio en blanco detrás.

– ¿Estás bien?
– Descuida.
– Sólo llamaba para...
– No es necesario.
– No me hagas sentir culpable.
– Voy a colgarte.
– Descuida.

Ficción

    Thanksgiving

    Andreu Abuín
    Publicado el 24/11/2007

    En este momento Zohreh dice que quizá no valga la pena más y luego se ríe a carcajadas.
    Evito mirarle.
    Es la noche de acción de gracias o, como dijo Celia, 'del pavo'.
    '¡Feliz día del pavo!', me dijo a modo de saludo, o como para colgarme.

    Me giro.
    Desde la ventana puedo ver el espacio exterior.
    Las estrellas y demás cuerpos celestes desfilan a toda velocidad.
    Puntos luminosos que atraviesan la ventana de arriba a abajo, fuera.

    Me levanto del taburete para coger más vino, en la cocina.
    Jeff sigue hablando incansable con su prima, o como tiene por costumbre llamarla.
    Ella escucha atentamente mientras espera, de reojo, que le rellene la copa de Rioja.
    También ríen, pero como normal, sin asustar a nadie.

    La sala prosigue su trayectoria silenciosa a través.
    Como si eso fuera poco, he perdido mi reloj.
    Pregunto la hora.
    Todos me miran. Primero a mi y luego entre ellos.
    Murmuran algo y se ríen.
    Zohrah revienta casi de la risa.
    Dice que se va a dormir.

    Happy Thanksgiving, dice.

    Ficción

      Aquí

      Andreu Abuín
      Publicado el 9/10/2007

      En este rincón del espacio me siento bien.
      Y quizá sólo en estas coordenadas de todo el universo pueda llegar a entender lo que soy.
      Es precisamente, creo, apelotonado y desnudo contra estos tres planos, la cabeza entre las piernas flexionadas y los brazos alrededor que me parece que puedo llegar a comprender lo que en el fondo significo.

      No te sabría decir por qué pero creo que no podría llegar a un estado similar en ningún otro sitio.
      Y no es que no me guste la playa o la montaña.
      No es que no sepa admitir lo agradable que es estar tumbado, durante un buen rato, debajo pino.
      Pero es que creo que nada iguala a este rincón formado por tres superficies de mármol en el que encajo como hace años, muchos.

      Y quizá sólo. Puede ser que sea este el espacio que realmente me corresponda.
      Y aun te diré más: que nada en el mundo me gustaría más que quedarme aquí durante todo lo que me queda, y, más todavía, que desearía fuese mucho.
      Y que aunque no te lo creas, sólo distingo en el tiempo a un sólo instante cuando me quedo aquí, entre estas tres paredes.

      Ficción

        El redentor

        Andreu Abuín
        Publicado el 7/10/2007

        Se levantó del suelo manchado de sangre, escupiendo la bilis.
        Antes de volver a caer miró con desprecio, un instante antes del aturdimiento completo, el coma casi, no, el fin.

        Tirado ahí, en medio de la nada, vencido, su pensamiento cesó.
        Su cabeza contra el asfalto chorreaba la vida que en contacto con el aire no tardaría en oscurecer, en solidificarse, en reducirse hasta convertirse en una mancha.
        Él, tirado ahí, no tardaría en devenir lo siempre había deseado, en el fondo, de no haber...: materia.
        Ough.

        Tirado ahí, era sólo alimento del que no tiene más planes que el aquí y ahora, del redentor.

        Éste le desabrochó lo bragueta tirando bruscamente le bajó los pantalones.
        Él parece que dijo agauft.
        Le arrancó el calzoncillo, de cuajo.
        Su cuerpo permanecía intensamente caliente, incompresiblemente dispuesto.
        Se le tiró encima mientras se desabrochaba, ahora temblando, su propia bragueta.
        Con la mano derecha sacó su mástil y lo hincó en el ano ya inerte.

        En el acto, su polla emitió un magma blanco que inundó el recto.

        Luego, entre unos jadeos, la víctima se giró.
        Luego, más tarde, volvió a casa.

        Ficción

          Sueño 33

          Andreu Abuín
          Publicado el 3/10/2007

          El castillo se encontraba, quizá, a pocos metros de distancia, pero ya había anochecido.
          Mis pies estaban empapados en sudor y sangre después de varios días de camino.
          Mi mirada se extasiaba a menudo localizando cualquier brillante espejismo posible: agua, lecho, brisa...

          Yo más bien parecía algo así como un despojo de persona, un aborto de defectos que avanza impasible.
          El castillo, invencible, se alzaba allí, como un bloque de titanio atraviesa las entrañas de la tierra, precisamente.
          La distancia que nos separaba era tan desconocida como lo es la piedra para todo aquel que no sepa ver o que quiera saber demasiado. ¿Cuánto quedará?

          En un momento dado, la fatiga fue tan grande que me pareció desfallecer y ver algo que nunca había visto antes.
          Algo tan enorme que no cabía en mi imaginación; algo tan feroz que me hizo perder el oído.
          Por un momento, entre paréntesis, creí ver como la vida trataba de engullirse, a si misma.

          Ficción

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